lunes, 27 de abril de 2009

La vergüenza bilingüe de Sam


Cada pueblo tiene su tonto y no hay familia sin oveja negra. Así de suspicaz y sentenciosa se ha confesado finalmente mi perra después de un fin de semana en el que ha padecido taquicardias y ataques de ansiedad tras encontrarle el semanal de La Verdad que tenía secuestrado.

Todo empezó el pasado sábado cuando no encontraba el suplemento dominical XL entre el paquete de periódicos inusualmente ordenados e impolutos de babas y desgarros.

Aquí pasa algo raro - me dije- al ver a Ayla tumbada en su manta, cosa que odia porque ella reivindica la libertad de espacios y movimientos en esta república de Ikea que la lleva de sillón en sillón y de cama en cama con total impunidad.

Y allí estaba ella, tendida con una mirada entre nostálgica y depresiva, con aire culpable y con el hocico enterrado entre los flecos de su cobertor como si de un bicho de porcelana a tamaño natural se tratara.

Después de escudriñar la casa en busca de los estropicios que le son propios, algún rastro delator de descontrol de esfínteres o una rapiña nocturna a la despensa sin ningún resultado, llegué a la conclusión de que mi perra era culpable, sin pruebas, pero culpable fijo

Sabedor de mi superioridad intelectual y moral sobre mi perra, tras un hábil interrogatorio de media hora en el que alterné el papel de poli bueno y poli malo, se rindió levantándose de la manta en la que había ocultado el dominical de La Verdad.

Nada más ver la portada comprendí todo: la vergüenza de la familia perruna de Ayla al descubierto en rigurosa exclusiva nacional, el hermano facha de mi perra, Sam, posaba orgulloso ante los medios acompañado de Don José María Aznar.

Nunca me habías dicho nada –le dije a Ayla- un tanto defraudado por su falta de confianza después de tanto años.

Es que es la oveja negra de la familia, el único macho de la camada y mira que papelón, -me responde con cierto aire retador y feminista- que bochorno.

Desconsolada, suspira que cuando a uno vienen a recogerlo en un transportín de Louis Vuitton, el destino no le puede deparar nada bueno, porque luego vienen las clases bilingües de adiestramiento y obediencia, spa antiestress, cursos de pose y pasarela sobre moqueta, peluquería todos los findes y al final, se acaba meando sentado sobre un parterre artificial de la señorita Pepis en vez de levantar la pata y ladrando en tejano.

Se ha vuelto tan bobo y pagado de sí mismo –me dice- que ha falsificado el pedigrí nacional por uno anglosajón y después de tantos años viene aquí a dárselas. Lástima que los dos doberman de Alfonso Guerra se hayan ya jubilado que si no, se lo iban a explicar a este Sam cosmopolita, que ni Sam ni gaitas, que le pusieron Pepo y nació en Madrid coño.

La Ayla se está hiperventilando y me obliga a que públicamente y acogiéndose a su derecho constitucional de salvaguarda del honor y la propia imagen deje constancia en su blog que cualquier parecido de ella con su hermano Sam es una casualidad como en las novelas de ficción.

Además no está dispuesta a soportar durante toda la semana la coña del Brandon, del Blue, del Bruno, ni del Blinki, y menos de la Dínora, que es una perra cascarrabias y toca pelotas, que son sus tertulianos habituales en el recinto de perros y con los que mantiene enconadas diferencias de criterio.

Enfurruñada se me ha ido a meter debajo de mi cama para que la deje en paz y mientras desfila por el pasillo todavía le oigo decir.

¡Será posible, pues no dice el dueño del Sam que todavía no ha conseguido que le hable pero que debe estar a punto y le está enseñando en castellano en vez de en inglés. Pues ya puede esperar sentado entre conferencia y conferencia o es que todavía no se ha dado cuenta que para hablar en inglés o en castellano lo primero es tener algo que decir!

Sea tío o hermano si es Sam es que es un capullo –concluye- mientras se arrastra debajo de la cama esperando a ver si escampa.

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