miércoles, 22 de abril de 2009

Mejor pecar que hacer el mal


El mal es una cosa que siempre hacen los otros mientras que el pecado es propiedad particular, en la medida que tomamos conciencia de él.


La prueba evidente de que es más fácil hacer el mal que pecar –dice mi perra- es la poca clientela de los confesionarios a pesar de la alarmante intensidad de mezquindades que soportamos los pobladores de la tierra.

Los pecadores se dan por aludidos, aunque sea desde el púlpito, pero el resto, campan a sus anchas como ya se lamentara Machado sobre las “malas gentes que caminan y van apestando la tierra”.

Lo peor del asunto es que tiene mejor arreglo lo del pecado que lo de mal, porque mientras al pecador, en principio, se le atribuye remordimiento de conciencia y propósito de enmienda, el maleador va por libre y como el escorpión que se ahogó cuando picó a la rana que le ayudaba a vadear un río, no lo hace por nada en sí, sino porque está en su naturaleza.

Mi perra Ayla no se cree nada de que al final, la vida da a uno lo que merece. Es absolutamente escéptica sobre ese sentido providencial de la justicia y me ilustra con aquel aprendiz de pintor que se hinchó a graffitis de cruces gamada en el mapa de Europa o de otros verdugos más cercanos, que finalizaron sus días sin el castigo terrenal correspondiente y con el interrogante del celestial.

De todas formas a mi perra -que no se deja tentar por lo trascendente y sí por lo onírico dada las horas que se pasa sobando-, lo que le preocupa es la dimensión más doméstica del mal, y entre sus extensas variedades el rumor, auténtica arma de destrucción masiva, que paraliza a la víctima y finalmente acaba asfixiándola como si fuera gas sarín.

El rumor como el gas, es etéreo, volátil, intangible, se deja empujar ya sea por brisa ligera o huracán, y aunque tenga un foco emisor, la mayoría de las veces, se hace improbable su detección por su amplio efecto contaminante.

El rumor, por supuesto es cobarde y de alto poder de seducción, porque además de ocultar la autoría, luego viene la retahíla de pisaverdes, lechuguinos, y petimetres –quedan incluidas las variantes femeninas- que por supuesto, no dan crédito al rumor, aseándose ante el respetable de que repiten lo que se dice por ahí.

Eso, si no te sale a la faena algún espíritu puro que se luce con aquello de que el rumor por serlo ya es noticia o propicia la base para ello apelando además al sacrosanto derecho de no desvelar las fuentes, incluidas las inventadas.

Ayla se pregunta si no hay remedio para vacunarse contra tan nocivo efecto mariposa como si de rabia, moquillo o leesmaniosis se tratara, y a mí sólo se me viene a la cabeza la talla en madera de los tres monos sabios del santuario japonés de Toshogu, que se tapan con las manos respectivamente los oídos, los ojos y la boca, y cuya mensaje místico es que para llegar a la sabiduría hay que negarse a escuchar maldades, a ver maldades y a decir maldades.

Para no perder la esperanza, también te puede tocar en suerte aunque como caso estadístico bastante improbable, un pecador, que arrepentido de levantar falso testimonio o de mentir, te pida perdón con propósito de enmienda.

Eso sí, sobre el daño hecho y la reparación debida, como Don Pedro a Don Juan Tenorio “vete con Dios y advierte que hay castigo, infierno y muerte”. A lo cual el Tenorio, que en ese acto todavía es maleante y no pecador responde ¿tan largo me lo fiáis?


2 comentarios: